En estas fechas cuando Estados Unidos parece estar quemando sus naves contra Venezuela, seguramente que muchos de ustedes han tenido que redoblar esfuerzos en las calles generando contradiscursos para atenuar los efectos de la guerra económica, que por cierto fue advertida y denunciada por el mismo Chávez apenas mantuvo su invicto en octubre de 2012. “Me pongo al frente”, dijo, como siempre.
En las areperas, panaderías, Metro y en los pequeños tumultos: ahí siempre viene bien dejar caer algún argumento, o gesto, por nimio que sea. Vale más la actitud, porque sirve como factor cohesión, como un brazalete. Ah, este soldado es de mi bando. Porque digamos, este es el tipo de coyuntura en la que vale oro proclamarse revolucionario. Sin muchos decibeles, serenamente, pero hacerlo delante de quienes puedan estar más expuestos que uno. No es que yo quiera dar lecciones, solo hago esta introducción para ir a lo que quiero: el complejo psicológico que sienten algunos humildes o débiles (de bienes y de espíritu) de manifestar a viva voz el fuego sagrado que llevan por dentro y que les consume la existencia.
En eso la contra venezolana ha sido hábil: inhibiendo sentimientos ideológicos. De modo que es normal que un atleta u artista o personalidad bien o mal habida se diga antichavista, pero digno de asombro y sanción moral cuando se reconozca chavista. ¿Me comprendes, Méndez?
¿Se han figurado usted servir como conejillos de Indias yendo a un restaurant de Las Mercedes con una franela con la figura de los ojos vigilantes de Chávez? Algunos ya han recibido botellazos. Vaya alguien de la contra al 23 de Enero y sólo genuinas y abundantes muestras de afecto recibirá. Lo que significa que los revolucionarios poseemos nobleza hasta para exportar.
Decía el Che que el ser revolucionario era el máximo escalón que podía alcanzar la especie humana. Un aserto que puede ser el resumen de cualquier antología del progreso de la Humanidad. La frase es un himno que conmueve hasta petrificar. Pero la expresión no deja de tener una aureola de romanticismo. Antes del Che nada menos que Hegel había creado una definición política exacta: el máximo escalón al que puede aspirar la especie humana es la lógica. La capacidad de relacionar cosas, el pragmatismo. Dios habla por las matemáticas (Pitágoras). Por tanto, debemos sentir y proclamar un orgullo arrasador y una emoción desbordante ser parte de una revolución, aunque en el reparto apenas seamos una brizna de paja. Lástima de aquellos que ni siquiera se atreven a mencionar la palabra contrarrevolución.
El acomplejamiento, entonces, es un plan que encuentra su perfecto caldo de cultivo en el resentimiento. Matemática pura. El sujeto históricamente aplastado es (y soy) necesariamente y de lógica un resentido. Un perfil 20 muy sencillo para los diagnósticos de los laboratorios de guerra.
Para resumir el punto: desde 1998 la reacción solo ha sido macabramente acertada en dividir al pueblo, al tiempo que acusaba al comandante Chávez de hacerlo. Desde el surgimiento de la figura del jefe de la Revolución Bolivariana la oligarquía estableció, por acto reflejo, una encarnizada lucha de clases.
Chávez se encargó de cohesionar a los suyos siendo como ellos, mientras que la reacción exacerbó a su clase: le repitió y repite todos los días que al otro lado de la colina habitan los caníbales. Y sermonea de todas las maneras para que nadie aventure trepar para observar lo que realmente hay en ese enigmático y maligno lugar. Podrían enamorarse de lo que vean. Podrían descubrir el paraíso. Ser seducidos por la manzana. La oligarquía ha empleado todo en evitar acercamiento y se vale del reforzamiento del complejo.
Hace un buen rato tenía engavetadas estas líneas y ahora las atropello porque recientemente la consorte entrevistó al cantautor Roque Valero, a quien yo le tenía guardada una ficha para intentar hacerme entender del auditorio.
Entrevistado por Globovisión luego de salir del “clóset”, Roque Valero dijo: “Hay muchas personas que son chavistas y les da pena decirlo”. Hablaba por experiencia propia. Y tocaba sin urdirlo mucho una tecla interesante.
Por esos mismos días lo entrevistaron en Panorama sobre su representación cinematográfica de Bolívar:
— Descubrí que tengo el corazón inmenso como el de Bolívar. Lloré al descubrir su capacidad de amar. Me di cuenta que soy capaz de perdonar y seguir mis instintos y convicciones políticas, sin denigrar y ofender a nadie.
Y a una pregunta agregó:
-Siempre creí en una Venezuela totalmente libre, sin limitaciones, ni poses, como lo hizo Bolívar, pero a diferencia de él, nunca me atreví a expresar mis convicciones públicamente. Pero llegó el momento. Tuve mi primer hijo, y maduré como ser humano”.
— ¿Ganó o perdió algo por asumir esta decisión pública?
—Gané mi libertad de pensamiento y acción. Perdí muchos amigos en el ambiente artístico, que yo creía incondicionales.
Más demostrativo del plan de acomplejamiento lo encuentro en una expresión lisa de la actriz Gigi Zancheta, entrevistada en Globovisión tras hacer pública su filiación al chavismo, sobre lo cual la periodista le consultó qué había sentido tras la “confesión”. “Me sentí libre”. Estaba oprimida la guapísima actriz.
Y caemos, entonces y de nuevo, en la industria cultural.
El revolucionario mascalacachimba, ya se sabe, denosta hasta la epilepsia de la industria cultural, pero la estudia poco o nada. Hace análisis delirantes, por ejemplo, contra de la telenovela. Como ya he farfullado en anteriores epístolas, el intelectual pipirisnai ni siquiera repara ni mucho menos reivindica que el género es creación de América Latina para el mundo. Es creación que Cuba lega a la Humanidad.
En la era pre Chávez quienes más o menos andábamos en el tema nos hartamos de que todos los análisis de los problemas de Venezuela terminaran en el mismo puerto: la culpa es de la industria cultural.
¡Pero era verdad! ¡Cómo fue posible que nos olvidáramos de eso! Porque Pasquali ni Bisbal quisieron hablar más de esas causas de sometimiento. Pasquali era un apasionado defensor de lo que hoy ocurre: que todo el mundo tenga una emisora de radio en su patio. Pero no le gusta que algunas sean chavistas. Bisbal después quedó convertido en defensor de Granier.
Nosotros, para no hacer este sermón tan largo y porque además solo estoy exorcizando una idea para por fin arrojarla al basurero mental, por nuestra parte hemos estado dando palos de ciego estos años y apenas recientemente hemos tenido un acercamiento a entender y aprovechar a la industria cultural y valernos con acierto de ella: Winston Vallenilla. Valga la herejía.
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