En el año 89, después de haber estudiado ininterrumpidamente durante 11 años, con un título de bachiller en ciencias, que apenas servía para seguir estudiando, ingresé a la categoría de “población flotante”.
Población flotante era el nombre técnico que se le daba a ese inmenso universo de jóvenes que no accedían a la educación universitaria, que para entonces se llamaba “superior”, al menos no inmediatamente después de culminar el bachillerato.
Así la población flotante estaba condenada, en su mayoría, a ingresar al mundo laboral y abandonar definitivamente lo que para muchos era el sueño de hacerse profesionales universitarios. Pero no es falso también que muchos nos negamos a conformarnos con ese “destino” que parecía imponer el sistema.
Así en los años 80 se habían constituidos los comités de “Bachilleres sin cupos”. Pero para cuando estaba entre los “flotantes” apenas tuve referencias de estos comités y de manera particular, con apoyo siempre de la familia y de “panas”, después de tres años de ansiosa y activa espera cursé todo un semestre de “oyente” en una Escuela de la universidad, lo cual me permitía ingresar al comedor y acceder al servicio de transporte que se ofrecía los estudiantes regulares.
No debo dejar de mencionar en este relato que tres años antes ingresé a una universidad privada, la cual debí abandonar, después del primer año completado con éxito, dado los costos de esta así como los religiosos incrementos.
Volviendo a aquel período de “oyente universitario”, creo que me fue de gran utilidad ya que además de permitirme retomar, con cierta formalidad la asistencia regular a clases así como realizar actividades, trabajos escritos y evaluaciones, me permitió conocer a los profesores, así como a compañeros con algunos de los cuales llegué a cursar posteriormente materias, ya como alumno regular.
Así después de presentar otra “prueba interna”, de las que ya había presentado muchas en los años precedentes, siempre con resultados infructuosos, finalmente logré ese sueño de ingresar a la universidad, sueño que el “sistema” le negó a muchos otros jóvenes de mi generación.
En estos días de tristes recuerdos del Caracazo, creo que precisamente fue a partir del año 89 cuando sentí como nunca la exclusión, la miseria y el desprecio de un sistema político y social imperante que aunque no me obligó a comer perrarina, como a muchos,me robó 4 años de mi vida y por poco me condena como si lo hizo con muchos jóvenes de mi generación y de mi clase social.
Volver al Blog Principal
No hay comentarios:
Publicar un comentario