En la conversación con Jorge Fontevecchia, el pensador cuyo libro Hegemonía o Supervivencia Chávez promovería desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, disparando significativamente sus ventas en el portal Amazon, el anarquista Chomsky dice que la historia reciente de América Latina ha sido mixta. Por un lado, en materia de integración regional y emancipación del imperialismo, los logros han sido notables; pero de otro lado, el intelectual plantea que tales procesos fueron financiados por las ganancias de la exportación de materias primas a una China que demandó estas como nunca en su historia, y añadió que la corrupción fue el principal problema en estos países. De hecho, esta cita del autor encabeza la entrevista: “La corrupción fue tan grande en Sudamérica que se desacreditaron a sí mismos.”
Después de decir que el PT de Brasil empezó muy bien, con “buenos programas” y un “liderazgo impresionante”, afirmó que "... algo similar sucedió en Venezuela, donde hubo propuestas significativas, esfuerzos, iniciativas, pero en un sistema que estaba un poco desbalanceado desde el principio no se puede. Hubo varios cambios instituidos desde arriba, bastante poco relacionados con la iniciativa popular, con algo de participación, pero no: venían desde arriba principalmente”. Chomsky es un maestro de la palabra, y por eso nos preguntamos qué quiso decir exactamente cuando afirma que el sistema estaba “desbalanceado” desde el principio. Respecto a los “cambios desde arriba”, es evidente la presencia del espíritu ácrata en su crítica, aunque resulta algo impertinente considerando que siempre supo que la marca de los nuevos procesos emancipatorios era el cambio impulsado desde el Estado.
Seguidamente añade: “Es poco probable que eso funcione. Hubo muchos fracasos en el camino después, pero en este momento, de nuevo, la tremenda corrupción y la incompetencia del país nunca lograron liberarse de la dependencia casi total de una exportación única, el petróleo”. La alusión a nuestra economía rentista es clara, pero más aún a lo que podría considerarse una de sus consecuencias culturales: una suerte de incompetencia histórica para la diversificación económica, que no es tanto producto de la incapacidad como de la parálisis aceitosa del emprendimiento que ha producido históricamente la abundancia de petrodólares.
Más adelante, encontramos una afirmación que podría considerarse desafortunada, en tanto que proviene de alguien que se supone ha sido un aliado de los gobiernos progresistas: “En América Latina, creo que el modelo de Chávez ha sido destructivo. América del Sur necesita movimientos populares masivos que tomen la iniciativa para llevar a cabo un extenso cambio social”. Además, no deja de hacernos ruido el hecho de que haya usado la palabra “destructivo”, toda vez que su ejemplo fue lo que permitió los logros que él mismo reconoce al principio, y que es un académico prestigioso y “de izquierda” que habla desde el país más destructivo de la historia. Ahora, como más arriba, cabe preguntarse lo que el lingüista Chomsky quiso decir con “destructivo”. Las que sí han demostrado toda su destructividad son las oligarquías que se han opuesto desde el principio a las primaveras latinoamericanas, con golpes de Estado estilizados, promoción del odio en los medios, sabotajes, guerras “sharp” y un ejercicio de la anti-política que aún está por estudiarse en toda su destructividad.
Seguidamente, Chomsky vuelve con una propuesta que sintoniza con la visión ―base de las críticas― del sector de la izquierda latinoamericana que ha estado hablando del supuesto fin del ciclo progresista: “La historia no da respuestas a lo que es el modelo adecuado de desarrollo, pero un logro real, duradero, tendrá que basarse en movimientos populares organizados que tomen la responsabilidad del control total de la política, la información y la implementación”. Pareciera que el autor de Estados fallidos, se maneja con un discurso pendular que, dependiendo de la región del mundo y la atmósfera intelectual internacional, cuando discurre sobre modelos de desarrollo oscila entre los procesos modernizadores realizados desde arriba por estados poderosos, y procesos liderados por movimientos populares que desde abajo han logrado tomar el poder del Estado, o que han logrado “hacer la revolución sin tomar el poder”.
Tal sutileza, la constatamos en la siguiente reflexión de Chomsky, en la cual contrapone el modelo de desarrollo surcoreano con los recientes procesos latinoamericanos: “El problema en América del Sur es la falta de programas internos de desarrollo constructivo, como se hizo en Corea del Sur y Taiwán. Países pobres, pero con Estados poderosos. Por desgracia, durante mucho tiempo con dictaduras, pero que se convirtieron en mucho más democráticas, y con un programa de desarrollo que fue diseñado para el desarrollo de las posibilidades internas, para el desarrollo social y económico.”
¿Dónde queda aquí el gobierno de los movimientos populares organizados? El mensaje del pensador parece ser: si van a hacer revoluciones populares, estas deben ser dirigidas por los movimientos populares, los cuales deben tomar el control de la política y los procesos económicos e informativos; el otro camino es el que siguió Corea del Sur: un modelo de “desarrollo constructivo” desde lo interno y conducido por “estados poderosos”, es decir, desde arriba. Sin discusión, ambos implican grandes desafíos, y la tendencia en Venezuela, al revisar los objetivos del plan de la Patria y los limites fácticos de un eventual “gobierno de los movimientos populares”, es hacia el modelo del “Desarrollo constructivo conducido desde el Estado poderoso.” Continua…
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