Estoy de acuerdo con Mario Silva en su apreciación de que el presidente Maduro ha tratado el tema de la migración de colombianos a Venezuela con la delizadeza y el tacto que merece. Previo al anuncio de la decisión de declarar el estado de excepción en cinco municipios tachirenses fronterizos con Colombia y extender el cierre de la frontera por tiempo indefinido, el presidente tocó un tema que estoy seguro la nación entera esperaba que se tocara desde hace años.
En muchas conversaciones y discusiones de calle en los últimos tres años, hemos reflexionado sobre lo que ha ocurrido en estos nuevos tiempos del proceso bolivariano post Chávez, tiempos complejos por las transformaciones y transiciones traumáticas que atraviesa el país, pero además por un conjunto de factores que hay que reconocer ampliamente al presidente. Y es que, al observar cómo se le plantó cara a la tradicional economía parasitaria del país, cómo se está enfrentando el tema de las bandas criminales y cómo se transformó en gran medida el panorama comunicacional a lo interno del país, podemos decir que a Maduro le tocó enfrentar una serie de situaciones, duras y estructurales, que durante la era de Chávez no hubo tiempo de trabajar en profundidad debido a otros factores y otras prioridades.
Como lo traté en otra oportunidad, aquí no se trata de ser buenos sino de ser justos. Y la justicia no es ni buena y mala, es justicia. Y en nuestro caso, con una economía rentista como la que hemos tenido históricamente y su nefasta capacidad para engendrar mentalidades mafiosas y consumistas, y con un país vecino que ha vivido un conflicto armado, una guerra, por más de sesenta años, la cual ha generado una diáspora de ciudadanos colombianos que no se han venido a Venezuela a hacer turismo chévere sino que han venido a refugiarse de la necesidad y del enseñoreamiento de la muerte en su país, era el momento de tomar determinaciones del caso sin ningún temor, en un contexto regional y mundial de cambio de época donde se discute la Paz de Colombia en una Cuba donde recientemente se izó la bandera yanqui. Léase, que me refiero a cambios históricos, sin consideraciones ideológicas.
A lo largo de la vida, desde épocas de infancia, uno a compartido con los hermanos y hermanas colombianos, desde la escuela, el liceo, la universidad, el vecindario y el trabajo, siempre han estado presentes en nuestra vida, y nadie duda de que nuestras mujeres son las más bellas y que así como se puede decir que el pueblo colombiano y venezolano son el mismo pueblo, también podemos decir que no hay nada tan diferente y antagónico como el Estado colombiano y su dirigencia histórica y el Estado venezolano de los últimos quince años, con su dirigencia formada al calor del proceso que lideró Chávez. Ese Estado venezolano del que hablamos es un Estado que se reconstruyó a sí mismo y lo sigue haciendo por el impulso y el legado que dejó Chávez, y si vamos un poco más allá, podemos decir sin titubeo que es ahora que Venezuela tiene un Estado, una diplomacia activa, una política exterior, una organización consciente de lo que le toca defender con todas las complejidades del caso.
Entretanto, sobre la similitud entre colombianos y venezolanos ¿Cabrá decir que somos tan lo mismo, tan parecidos como lo son uruguayos y argentinos, o tan similares como colombianos y ecuatorianos? Yo diría que somos tan iguales como latinoamericanos somos, pero también somos bastante diferentes.
Como dijo Maduro, a esa migración colombiana debe dársele el nombre que le corresponde: refugiados. Se trata de un problema humanitario de connotación internacional. Porque si no ¿Por qué el tema de la migración mexicana hacia Estados Unidos o la de los africanos hacia Europa es tan sensible internacionalmente ―tratamiento mediático mediante― y el de la masiva y permanente migración colombiana hacia Venezuela se ha tratado ―sí, estoy exagerando un tanto― como un tema de “turismo” hacia el país vecino? Las estadísticas dan cuenta de que hay en Venezuela 5 millones seiscientos mil colombianos, casi el 20% de la población del país, y que en los últimos 10 años se han venido 800 mil, ¿Se vinieron a pasar un rato en las playas de Morrocoy, o es que en su país hay una guerra de la que no se habla, que no se asume, y que ha generado calamidades internacionales como el paramilitarismo?
Yo sí creo que somos el mismo pueblo, y que el presidente Maduro ―como la gran mayoría o la totalidad de los venezolanos― está en capacidad de separar el grano de la paja, y plantear una realidad: que entre esos cientos de miles de colombianos que se han venido a nuestras tierras en busca de la vida digna que en su país no tienen garantizada, se han colado unos cuantos criminales vinculados al narcotráfico y al paramilitarismo, muchos de los cuales han sido detenidos en las OLP que se han llevado a cabo en las últimas semanas.
Venezuela es un país de inmigrantes, y si bien los modernos Estados-Nación se configuraron sobre la ficción de la homogeneidad étnica-cultural de sus habitantes, el hecho es que la nación que habita nuestro generoso país petrolero es una de las más diversas del mundo, una tierra de gracia donde confluyen variedad de religiones, cosmovisiones, tiempos y espacios históricos, y en ese mar de identidades sin melting pot ―otro mito― debe y tiene que haber un orden, un conjunto de normas comunes a todos; si no, no hay Estado y esto es una tierra anárquica, un campamento en el que cada quien y cuando le place, viene y monta su carpa.
En fin, lo menos que se les pide no solo a los colombianos, recién llegados o con toda la vida aquí, sino también a los descendientes de europeos, islas del Caribe, canarios, árabes y chinos, siéntanse venezolanos o no, es que tengan gratitud con la tierra que les abrió los brazos, una tierra que como Brasil o Argentina recibió cientos de miles de oleadas migratorias procedentes de los países "civilizados" donde se habían enseñoreado pestes y guerras. Entonces, estamos de acuerdo con la medida tomada por el presidente; y bienvenidos todos.
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