Es ley no escrita que delante de un escribidor de telenovelas o guionista cinematográfico no se puede expresar una idea y mucho menos una sinopsis literaria porque tales aportes estarán condenados al plagio. Lo sostenía el irrepetible Cabrujas y por último se lo oí afirmar a Mónica Montañés, quien al menos dice que cuando se enfrenta a las situaciones en que alguien le va a contar una idea, ella lo espanta para detener la infidencia y evitarse la tentación e inevitable consumación.
Aunque, desde luego, todos los escritores (para redondear el término) suelen ser fisgones que andan por las calles, esquinas y callejones rastreando historias para contarlas como suyas. Aunque hay quienes, desde luego que sí, plagian profesionalmente. Pero ir a la calle, captar una historia y narrarla no es un estrictamente un plagio intelectual.
Hay plagiadores textuales y delictuales, como demostró el profesor Alexis Márquez (qepd) con respecto al dramaturgo Javier Vidal, quien para darle credibilidad a sus anhelo de hacerse de una reputación académica quitó un par de comas de un texto teórico teatral formidable y lo imprimió como suyo.
En fin, en estos días me encontré con el pana Carlos Azpúrua… y nos dedicamos a pasar revista farandulera por la industria nacional. Que esto de aquel, que del otro aquello, que de todos, todo.
En determinado momento me vi en la tentación de irritarlo con una provocación y desquitarme de la ladilla de que Azpúrua se dispersa quejode en las conversaciones y las contamina planteando dilemas o problemas de su relación sentimental última. ¡Le hace a uno perder tiempo sobre los entretelones que maneja sobre la “industria” nacional!
Cuando ya la conversa buscó atajos de la intrascendencia, le provoqué: ¡Te tengo una idea para un documental!
-¡Nojoda!-, se ofuscó. –Yo camino una cuadra y me vienen 120 personas a darme una idea-, prosiguió su fingido lamento.
No me comí esa finta. Supe de inmediato que era una estrategia para mostrar desinterés y relajar mi suspicacia y terminase contándole no solo la idea sino incluso adelantando el guión.
Antes me había soltado que tenía en mente como proyecto de largometraje la historia de un hombre alistado cojitrancamente en la revolución pero casado con una reaccionaria….
Nada original, así que temí estar delante de una dramatización de Azpúrua para lograr que inconscientemente yo le cediera mi oro por ese espejito suyo.
Para valorar la viabilidad de mi conjetura expresada en el párrafo anterior alargué el punto:
-Es tremenda idea, échale bolas.
Pero no tiene guionista, atajó.
-¿Y Henry Herrera?-, pregunté, todavía ganando tiempo.
–El peo con Henry es que siempre termina escribiendo la película que él quiere-.
Todavía no lograba discernir si estaba frente a una trampa, así que le propuse un documental al que desestimó o fingió desestimar, y que en todo caso no era mi carta verdadera.
-El próximo 21 de octubre se cumplen 20 años del fallecimiento de José Ignacio Cabrujas-, asomé, pero no mordió o fingió no morder.
–Hazte un documental testimonial, es un tiro al piso-, seguí insistiendo.
Despachó la idea con un desdén alarmante, aunque no estoy seguro de que genuino. En octubre lo veré. Lo cierto es que no solté mi plan, que ahora sí para ustedes.
Se trata de un documental sobre los orgasmos gestuales de los ompaya cuando cantan el tercer strike.
Tengo años proponiéndole el guión primero a Pedro Ruiz, luego a Carlos Andrés Pérez y últimamente a Oscar González Grande (y creo también que a Andrea Gouverneur), pero han mostrado el mismo desdén de Azpúrua con Cabrujas, aunque en el caso de ellos sí ha sido sincero. No entienden mi idea, para decirlo como aquella vez Azpúrua en La Habana, cuando un jurado no le paró ni puya a “Mi vida por Sharon”.
Los árbitros de la goma muestran rostros afables y si tienen que cantar el primero y el segundo strike, hasta bostezan. Pero mírelos usted gozar cuando el tercero cae en la zona buena: un sacudimiento corporal que de seguro achicopala al ya desmoralizado toletero. Un resorte maquinal y endemoniado toma posesión de su alma y lo hace sacudirse como el entornudo: con fuerza arrasadora e impacto en todo el organismo.
Ante el tercer strike cantado los ompayitas actúan telúricamente y con estilo: cada uno tiene su rictus corporal, su manera de hacer estornudar al cuerpo, su modo de estremecerse y gemir. El gesto se complementa con una guturación gorilesca para que la escena tenga su barniz no solo de suspenso sino de terror. A tal punto que muchas veces al fanático le resulta más confortante no el ponche al rival sino el gozo que se obtiene de ver el quiebre del organismo con el que el árbitro acompaña su efusiva e inapelable sentencia.
Con lo cual –y este sería el nudo dramático del guión- incurren en un comportamiento ético que bien merece una discusión de cafetín: ¿no ponen en duda su imparcialidad al gozarse tanto uno de los poquitos outs que se producen en un juego?
Similar comportamiento con los outs en las bases: si es fácil, a veces ni hacen el gesto. Medio levantan un puño y eso es todo. Si es cerrado, baten con tanta fuerza la mano para sentenciar que se verga no se van contra el suelo. Lanzan un puñetazo como si quisieran golpear en el rostro a su infraganti comemuslo.
Algunos ompaya, bien visto, casi llegan a realizar un coreografía para sentenciar. En la Valle de La Pascua estaba Luis (gerente bancario), quien para celebrar un ponche cantado hacía el pasito de la luna, como Michael Jackson. ¡Los coños creen que ellos son el espectáculo!
Tomas cenitales, zoom desde el jardín central, desde las esquinas y primerísimos planos iluminan este documental, adobado con la opinión del abominable Oscar Párraga y de todos los dueños de los clubes, amén del necesario análisis de expertos en sicología y comportamiento humano que expliquen esta pérfida actitud arbitral.
Y de colofón los criterios de la fanaticada comentando del estilacho de este y aquel árbitro.
Sería una joya si Prieto Párraga -a quien la historia algún día llevará a paredón por prácticamente imponer que ahora el beisbol se juegue por puntos- autorizase un micrófono en las caretas de los ompaya para hacer un estudio más fidedigno de sus expresiones al hallarse frente al tercer strike.
¿Por qué cuando el jonronero es pasado con una recta endemoniada para el primer o segundo strike el ompaya no lo celebra con espíritu africano? Es decir, no les interesa el arte del pitcheo sino la desgracia del abatido.
Entonces, muerte a los ompaya. Y a los realizadores que no me paran bolas.
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