domingo, 7 de junio de 2015

Douglas Bolívar: Historia de un precio al consumidor. +Fotos

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El pasado miércoles fui a la sucursal de Locatel de la plaza Bolívar de Caracas (diagonal al hotel El Conde). Compré un paquete de nueve unidades galletas de la marca Club Social. Cada paquete pesa 26 gramos, según “información” al consumidor. Entonces: 9x26: 234 gramos pesa el paquete. Un cuarto de kilo.

 La señorita de caja me informó el precio del paquete de nueve galletas de la marca Club Social luego de pasarlo por el lector de código de barras: 91 bolívares (anexo las fotos de paquete y factura). No obstante que en el mismo paquete, adherido en su sección de “Precio Justo”, se indica que el verdadero precio del paquete de galletas era de 150 bolívares (133+IVA).

 A pesar de mi desconcierto, no pedí aclaratoria a la señorita. Faltaba más. O se había equivocado la empresa, por lo cual no estaba yo en ánimo de corregir, o simplemente me hacía una caridad, que tampoco estaba en condición de agradecer. Si se trataba del segundo caso, exclamé para mí: ¡Oh, Dios del cielo, que bondad la de nuestro enemigos! Es como si los rivales te mantuvieran atrincherados en una fosa mientras te bombardean incesantemente… pero en una de esas te lanzan botellitas de agua mineral para que vayas en góndola.

Me ahorré o me regalaron 60 bolívares, casi la mitad del precio indicado en el sobre. Un hecho insólito hasta no creerse considerando que nuestros empresarios todos los días aumentan sus precios (incluso varias veces al día, según la oscilación del dólar mayamero).

 Ahora bien, ¿y si el precio verdadero eran los 91 bolívares que pagué? Quiere decir que si Locatel me lo vende a 91 es porque al por mayor Kraft se lo vende, digamos, a 70 bolívares, porque si le aplica el 30% que dice a Ley a 70, ahí tienes completicos los 91 bolívares. Queda el enigma: ¿Por qué Kraft marca sus paquetes en 150 bolívares, incluyendo IVA? ¿Esta cifra no debería ser cálculo científico? Vaya, vaya, qué enigmáticos los empresarios criollos. Gustan jugar al misterio.

 Locatel Vs. Farmatodo

Con mi traje y lupa de investigador social y por iniciativa propia, al día siguiente fui al Farmatodo de Altamira: compré exactamente el mismo paquete de galletas de la misma marca (elaborada por la trasnacional Kraft). Se anexan fotos de paquete y factura.

 ¡Sorpresa! El paquete, troquelado en su sección de Precio Justo, marcaba 123 bolívares. Más barato que Locatel, pero sin apartar el desconcierto producido de que Kraft prestase el servicio de, a según el perfil de cada red de tienda, hacer un marcaje distinto, que usara una calculadora a la medida. ¿Tan flexible es el precio de costo? Caramba.

A diferencia de Locatel, que marcando 150 cobra 90 (un descuento digno yo no sé de qué), Farmatodo cobra lo que marca (en realidad me quitaron 120, un ahorro de 3 bolívares, un 2,5% menos. Algo es algo, y más en guerra).

Cavilando cogí camino al Metro, entendiendo menos de lo que entendía el día anterior.

Hasta llegar al rancho y comentarle a la costilla de la maravillosa tecnología de Kraft que le permite hacer una estimación de costos a Locatel y otra a Farmatodo. Y hacerme lengua de la empresa privada al estilo de Locatel, que aunque su proveedor lo jode delatándole un pecio a 150 bolívares, en medio del bombardeo es capaz de sacrificar la ganancia de un rubro y venderlo a casi la mitad del Precio Justo. Recibí tremendo lepe verbal, no por esta defensa acérrima que hice, sino por no haber detectado lo crucial (es decir, no haberme dado cuenta inmediatamente de quién era el asesino, siendo que las pistas no estaban muy enrevesadas). ¡Padre santo, cúrame de mi dislexia mental!

Lo evidente era puesto delante de mis ojos: Kraft no hace marcajes distintos. ¡No! ¡Peor que eso!  ¡¡¡No hace ninguno!!!

Pero la tapa del frasco: ¡¡¡¡¡Kraft deja el espacio en blanco para que cada red de tienda ponga su propio precio!!!!!

Observen en la foto el espacio en la que Kraft arribita pone la fecha de elaboración, lote del paquete y el consumir antes de tal fecha. De ahí en adelante cada ladrón usa su propia maquinita y a cálculo de ojo pone su precio justo a su real gana.

La costilla dice que no hay que ser detective para darse cuenta de que las máquinas de Locatel y Farmatodo tienen distintas tipografías. ¡Es la prueba madre!

Si Locatel y Farmatodo cometen un crimen material (en varias de sus acepciones), el autor material es Kraft. ¡Mira tú que sinvergüenzura de propiciar que el libre mercado burle la ley!

Porque, ¿qué otra cosa puede significar poner inocentemente ese rectángulo en blanco?

Kraft no solamente viola la Ley al omitir troquelar el Precio Justo, sino que auspicia el ladronaje. Entrega una pistola para que maten al pueblo. Todo eso mientras recibe dólares Cencoex, porque el trigo no se produce en el país y es impensable que Kraft disponga de sus propios dólares para ingresar sacos de trigo a sus patios en Barquisimeto.

Entonces no es como dice Fedecámaras, que el marcaje no se puede hacer porque no hay tinta china. Este argumento ya era risible, menos para el Gobierno, pero esto de Kraft la botó de jonrón a casa llena: un gánster que cumple los sueños de la pujante clase empresarial venezolana: hacerle la cama para que ella sea quien decida los precios del producto. ¿Es una práctica individual de Kraft o una directriz de Fedecámaras? Buen planteo para otros investigadores.

La trampa de Chávez

A través de Luis Vicente León (gurú de Primero Justicia) y José Guerra (vocero económico de Primero Justicia), el antichavismo ha venido proponiendo su “tesis” económica: la internacionalización de los precios, lo que entre otras cosas supone que no haya subsidios (como sí los hay en Estados Unidos, como arroz).

Internacionalizar los precios es igual a que las capas más pobres dejen de comer tres veces diarias y de ir al Sambil cada semana a colapsar las tiendas de trapos. ¡Qué verga es esa!

Significa instalar un máquina creadora de marginalidad que a su vez hace un doble piquete: desmoviliza a la clase social esencial de la sociedad y, en derivación, inhibe por anti perspectiva a los votos que han cambiado la faz de América Latina, por no decir que de toda América. En conclusión, se trata lógicamente de una estrategia imperial enfocada en crear condiciones para que se corte en seco la expansión de la gota de petróleo. Una vez escuché a un genio aberrante decir que prácticamente Chávez ganaba siempre porque hacía trampa mediante el ventajismo de darle casa, comida, salud y educación a los venezolanos para que votaran por él. ¡Así no se puede!

Internacionalización de los precios es, evidentemente, lo mismo que proponer una economía de libre mercado, que es el hábitat del capitalismo. De tal modo que, honestamente, hay que reconocerle a la señora Machado que tenga las bolas de señalar que esa es su propuesta, al contrario de los motolitos de Primero Justicia, todos cortados con la misma tijera, que no tienen el coraje de expresar lo que en verdad piensan de la economía.

El capitalismo venezolano

Lo que Locatel y Farmatodo hacen con las maquinitas de los precios ni siquiera es capitalismo, que aunque carroñero tiene unas normas.

La primera regla del capitalismo es calcular y reconocer el precio de costo, y luego ufanarse de lo que conquista a partir de esa base. Es decir, lo primero que el capitalismo hace es estimar lo que le cuesta producir algo. A partir de esta ecuación entra a operar su aparato digestivo: el capital se expresa desde un punto (cero) desde el cual mide su propio desempeño.

Un multinacional que fabrica celulares de última tecnología lo primero que hace es establecer su precio de producción y divulgarlo urbi et orbi (crearlo a menor precio supone mayor genialidad, porque es más alto el techo para su precio de venta). Insisto, solo con esta partida de nacimiento se puede determinar el “progreso” económico del producto. Y su calidad/demanda formará el péndulo que lo define.

El capitalismo venezolano no. Hurta el precio de costo, a riesgo de todo. No inicia de un punto cero su jueguito de la oferta y la demanda, sino que establece un hito arbitrario que comparativamente no tiene padrote en el planeta Tierra.

Recuadro / Despiece
Matrix


Si usted va al supermercado y paga 3 mil bolívares en lo consumido, adicionalmente le raspan 360 bolívares por IVA (12%). Una vez que el banco autoriza a la tarjeta de débito, ¿qué pasa con esos 360 bolívares? ¿En poder de quién quedan? ¿A disposición inmediata del Estado? ¿En cuánto tiempo quedan disponibles para comprar cinco bloques para construir el apartamento de una humilde familia venezolana? ¿Automáticamente el banco desvía esos 360 a las cuentas del fisco? ¿Debe reportarlo el restaurant al Seniat? ¿Qué plazo tiene?

Cada vez que pago algo (me gustaría construirme una isla o apartar un pedazo de llano y no tener que “transar” nunca más en mi vida –o que me trancen-) quedo amargado y sin capacidad digestiva devanándome a preguntas sobre el destino de mi capital.

Recurro siempre a la escena en la que llegó al rancho, prensa la perola, abro la página web del Seniat e ingreso el código de la factura. Completo la secuencia pegando un grito al techo al comprobar que mis 360 bolívares ya están disponibles para la compra de los bloques.

Pero eso ocurre solo en mi Matrix. No tengo cómo saber de mis reales. Casi siempre salgo de los comederos son la sensación de un doble robo. Y terriblemente abatido por el desamparo.





douglasbolivar@gmail.com

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