Un Vanish en un supermercadito de La Florida marca 570 bolívares y el Mercado Guaicaipuro 160. En el Gama 212.
La misma bodega de La Florida vende una fórmula para lavar ropa muy al estilo gringo: una bolsa de diez bolitas pequeñas (tipo bombitas de agua) que se arrojan en la lavadora y listo. El paquete lo marcan a 6 mil bolívares, es decir, lo calculan a un dólar a 5 mil, a pesar de dos cosas: los mercados de internet lo ofertan a 10 dólares y esta bodeguita (rebosada de productos importados porque queda al lado de la embajada griega) recibe los dólares Cencoex con lo que trae el producto. Sundde le ha echado algunas visitas, pero dime tú. Con espasmos no se pueden caminar muchas cuadras.
Esta bodeguita también tiene en sus pasillos ofertas de toallines: 3 paquetes por 800: a 270 cada cual. El mismo producto te lo venden a 160 en el Guaicaipuro, y a 75 en el Bicentenario.
Pero la vaina es tan loca que el kilo de melón en el mercado que está en la calle de la Cruz Roja de Bellas Artes lo venden a 50 por kilo, mientras que el Gama (donde reside a sus anchas Alí Babá) lo clavan a 85. ¿Y el Bicentenario? ¡¡¡A 91!!!
En la referida taguara de La Florida se han acoplado a un reciente mecanismo de atraco: te ponen jabones de baño en los estantes, pero en el empaque no aparece por ningún lado la palabra “jabón”. Y así están haciendo con cada producto. De este modo se “libran” de la ley: al jabón de baño le pusieron “barra dermo limpiadora de glicerina”, y lo venden en 148 bolos. Al champú para niños le pusieron “loción capilar espumante”, y lo venden en 250. Al desinfectante para baños le pusieron “higienizante” o “desengrasante” y al lavaplatos le pusieron “lavatodo”.
En la panadería tengo un expediente con el botellón de 18 ½ litros de agua: lo comencé pagando a 20 y en menos de un año ya lo roban a 90. De 70 brincó a 90: le exclamé al portugués: ¡Otra vez! Y Casi eufórico me contestó: ¡Nuevo precio! Me hice el resignado y le dije: Sí, los entiendo, es que no les han entregado los dólares. Al menos me llevo el trofeo de haber hecho sonrojar a un portugués ladrón.
Y así, pudiera alargar este llantén hasta que caiga el sol, pero como no son exclusivas, a nadie interesarán.
Ahora, ¿la gente achaca alguna culpa a los ladrones de La Florida? Sí así fuese, uno en medio de la impunidad al menos sentiría esa ganancia. No. Del robo inhumano que les hace Fedecámaras, nuestros angelicales opositores culpan al Gobierno. Tampoco es que esto sea noticia para mí: nada lo será desde que los oí armarle peo al Gobierno por atreverse a decirle a los mercaderes de la educación que no podían aumentar las mensualidades. Después de dicha protesta, salieron en masa a procurar cupos en los Simoncitos, en cuyas puertas vociferan pestes contra el socialismo. Perdí toda fe.
Por eso no me hizo coquito cuando la vecina llegó deprimida y se integró a la conversación del pasillo para llorar sobre los hombros de las demás porque una máquina depiladora que siempre compró alrededor de 100, ahora se la clavaron a 375, con la promesa de que la próxima vez estaría en 500.
Ella, que con su salario de abogada bancaria reinaba y hasta se pudo comprar un apartamento, ha quedado arrinconada a la indigencia de clase y ahora es una pordiosera. Ni para Mérida podrá pagarse un boleto en adelante. Y cuchillo contra el Gobierno en aquel pasillo.
En resumen esa es la apuesta de los empresarios antichavistas: volver mierda el poder adquisitivo de la gente para que esa misma gente después vote por ellos. En 100 años los estudiosos no van a poder desencriptar este tiempo: ninguna arqueología social dará con el mínimo sentido lógico de pensamiento antichavista.
Porque, a fin de cuentas, podrían estarse metiendo otro chinazo: están estrangulando a una clase media asalariada que si bien es parto de Chávez, son hijos que desde su nacimiento renegaron con odio de sus orígenes. Al estrangularla, y bien estrangulada, la están desestimulando y golpeando el núcleo emocional de sus votos. Algo a tener en cuenta, si bien uno ha visto cómo movilizan a su gente: una vez vi a una familia que llevó al centro de votación a una abuela convaleciente en una camilla y sondeada. Odio concentrado y ahora macerado.
Recientemente compartía con un amigo interesado en escuchar un aliento, una mínima pista que le diera a entender que el Gobierno tenía todo “bajo control” y que esta incertidumbre tenía fecha de vencimiento. Le dije: la fecha existe, y se alivió.
Si el Gobierno le diera, pongamos, 20 mil millones de dólares a Fedecámaras esta misma semana. ¿Desaparecía el problema? ¡No! Si la disputa fuera económica el Gobierno la resolvería con un chasquido de dedos.
La verdad es que la oligarquía no va a ceder en sus perversiones hasta la resolución electoral: creen que matando el matando el poder adquisitivo matan el amor al Gobierno y por ello se tiran una parada insólita.
Al perder, dirán que ellos lo que quieran es trabajar y dialogar con el Gobierno para el bienestar del pueblo. Si ganan, caos bélico.
En todo este panorama, la Revolución abastece directamente al pueblo e impide que la herida se haga punzopenetrante. Y para que se sepa defender, le presta al pueblo seis líneas telefónicas habilitadas en el Sundde: una vez llegué a la oficina de quejas a denunciar a una tienda de autopartes que me vendió un repuesto en 16 mil (importado a 100 dólares). La muchacha no quiso aceptarme el reclamo porque eso solo se hacía por teléfono, y que en persona solo valía si se llevaba una carta con el relato del crimen. Mayor burocracia no se concibe.
Juzgo necesario que el ministro del caso o hasta el propio compañero Nicolás deberían hacer cadenas mostrando facturas, compárandolas y chequeando si el RIF del caso recibió Cencoex. Emplazando a Fedecámaras a que diga si ese determinado caso no constituye un delito digno de cárcel. Tú sabes, apelar a la opinión pública y enseñar algunos pelos al menudeo (tremendo reality show). Porque como sabemos toda guerra tiene un componente moral crucial.
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