Cualquiera que lea el titulo de este artículo podrá pensar que el autor no hace un mal uso del llamado “punch”, y que por tanto sabe cómo llamar la atención de los lectores con una frase que bien podría darle nombre a cualquier documental de ficción. Sin embargo, en este caso cabe recordar que muchas veces la realidad puede ― ¿suele?― superar a la ficción, o que ésta puede quedarse corta ante ciertos hechos que ocurren fuera de la gran pantalla.
Hace pocos días, algunas investigaciones serias apuntaron a que el máximo y funesto líder nazi, Adolfo Hitler, no se habría suicidado en su búnker en Berlín mientras el heroico ejército rojo sitiaba la ciudad, y después de casarse con Eva Braun, sino que el nazi habría huido hacia un lugar secreto en la provincia de Misiones, en Argentina, junto a otros altos jerarcas del nacionalsocialismo alemán, que tras un organizado plan se refugiaron en varios países de América Latina. A las primeras de cambio, la versión pareciera jalada por los pelos, mera propaganda distractora, pero solo porque contradice a la versión oficial de su muerte harto difundida por los historiadores “oficiales” y la industria cultural.
Y este es el punto, lo que conocemos sobre algunos hechos que hicieron historia, muchas veces son las versiones que sobre ellos han creado y difundido los potentados del mundo, los triunfadores de las grandes contiendas.
Algo similar ocurre con Osama Bin Laden, quien después de haber sido señalado por Estados Unidos como la cabeza detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en New York, se convirtió en el terrorista más buscado y peligroso del mundo. La versión oficial sobre la muerte de Bin Laden, difundida por Estados Unidos y sus aliados, nos cuenta que el tenebroso terrorista fue localizado en una región de Pakistán, después de que algunos aliados se dejaran sobornar y delataran su posición exacta. Lo demás, es digno de cualquier película de acción hollywoodense: una operación especial, acciones espectaculares de grupos altamente entrenados, despliegue tecnológico con drones incluidos, bombardeos certeros y muerte.
Como muchas noticias que hemos recibido sobre muchos eventos mundiales importantes, la muerte de Bin Laden en ese bombardeo empezó a generar todo tipo de suspicacias, más aún cuando el hecho tiene lugar en pleno año electoral en Estados Unidos, en un contexto en el que las encuestas no estaban favoreciendo mucho a Barack Obama, quien iba por la reelección. Ahora, cuatro años después de la operación en la que supuestamente resultó muerto el terrorista, el periodista e investigador estadounidense, el premio Pulitzer Seymour Hersh, ha puesto en duda públicamente la versión “oficial” sobre la muerte del árabe.
Haciendo uso de un elemental sentido común, Hersh dice que “Lo que relata Washington es que Bin Laden, el enemigo número uno de la historia americana y el más buscado por todos, decide que el lugar más seguro para él sería en mitad de Pakistán, un país con el que Estados Unidos tiene una relación estupenda, y cerca de la sede central de la mayor unidad del ejército, lo cual no tiene sentido”. No es casual que las declaraciones del investigador hayan sido emitidas cuatro años después de difundida la versión oficial, es decir, después de transcurrido el período presidencial Obama, entrando Estados Unidos en un nuevo periodo electoral. Sin embargo, la historia real de la muerte de Bin Laden, a quien “mantuvieron vivo” convenientemente por varios años, surgió en los primeros meses posteriores al atentado contra las torres gemelas, en septiembre de 2001. Veamos.
Recuerda el investigador argentino Walter Graziano en sus libros Hitler ganó la guerra y Nadie vio Matrix, que Bin Laden tenía tiempo padeciendo de una afección renal por la cual tuvo que ser atendido en Dubai, en un hospital estadounidense, en julio de 2001, a escasos dos meses de los atentados contra New York y Washington. Cuenta Graziano, que un Bin Laden convaleciente se reunió allí con el jefe de la CIA en la región, otro agente de la agencia y el príncipe Turki, quien era el jefe de la inteligencia saudí al momento de los atentados del 11S. En esa reunión, los agentes constataron el delicado estado de salud de Bin Laden, pronosticaron un inminente desenlace fatal en el corto plazo y, lo más importante, proyectaron escogerlo como el chivo expiatorio ideal, dado que después de muerto este no podría defenderse, por más dinero que tuviera.
En segundo lugar, tanto la CIA como el propio presidente pakistaní, Parvez Musharraf, estaban al tanto de que después de su salida del centro de salud de Dubai, Bin Laden llevó consigo a Afganistán dos costosos aparatos para realizar diálisis. Posteriormente, cuando EEUU invade Afganistán, CNN entrevistó a uno de los médicos militares que participó en la acción, y su testimonio no parece dar lugar a dudas: era sumamente improbable que Bin Laden estuviera vivo, dado que la diálisis es un tratamiento para enfermos renales terminales, que necesita además de agua esterilizada, electricidad y doctores especializados. El mismo médico, señaló que su delicado estado de salud puede verse claramente en un video ―verificado auténtico― del 13 de diciembre de 2001, en el que se lo puede ver demacrado, ojeroso, bastante delgado y con el brazo izquierdo como paralizado. Esta última, constituye una señal clara de los efectos secundarios de la enfermedad en su estado avanzado.
Los datos e informaciones que aparecieron por esos días sobre Bin Laden, pero que no fueron suficientemente difundidas desde entonces, dan cuenta de que el personaje falleció y que luego fue convenientemente “resucitado”. Ahora, el 26 de diciembre de 2001, el diario egipcio Al-Wafd reprodujo una nota necrológica que había sido publicada en el diario pakistaní The observer. La nota, hablaba de la muerte pacífica de Bin Laden por complicaciones pulmonares derivadas de su enfermedad.
Ahora bien, ¿Cómo es eso que Bin Laden estaba en 2011 en Pakistán y que fue emboscado por un conjunto de drones justicieros? Una historia tan creíble como la imagen de Adolfo y Osama bebiendo un mate en una fortaleza perdida en la selva de Argentina.
Amaury González V.
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