La hegemonía contracultural suele apropiarse de palabras para aumentar el número de sus súbditos. Las palabras democracia, libertad, justicia, paz, somos como un bisturí, no en las manos de un médico, sino en las de un asesino. Tergiversan unas y ocultan otras que le son inherentes. El jingoísmo, por ejemplo, es la patriotería exaltada que ampara la agresión de potencias capitalistas contra naciones consideradas “inferiores”. Este vandalismo filológico fue justificado por el periodista John L. O’Sullivan en 1845 cuando argumentó que “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad”.
Mientras los angloamericanos conquistaban el oeste, sus esposas cómodamente instaladas en las diligencias hablaban de la palabra paz a sus hijos. Usaban como referencia la Biblia: “En el caso de acercarte a sitiar una ciudad, ante todas las cosas le ofrecerás la paz. Mas si no quiere rendirse y empieza contra ti las hostilidades, la batirás; y cuando el señor Dios tuyo la hubiere entregado en tus manos, pasarás a cuchillo a todos los varones de armas tomar que hay en ella. Repartirás entre la tropa todo el botín, y comerás de los despojos de tus enemigos, que tu señor Dios te habrá dado. Así harás con todas las ciudades que estén muy distantes de ti. Porque en las ciudades que se te darán en la tierra prometida, no dejarás alma viviente”
Cuando Simón Rodríguez vivió en Baltimore, eran 13 los Estados Unidos. Cuando se vino de Europa, ya iban por 22. El año de su muerte, 1854, eran 31. No pararán, es hereditario: Inglaterra se tragó a Gales, a Escocia, a Irlanda del Norte, a Suráfrica, a la India, a nuestras islas del Caribe. El país del águila no tiene fronteras. Usan las palabras para confundir y a los marines para invadir. Hoy conocimos una nueva palabra: jingoísmo. Decía Simón Rodríguez: “Una palabra, con el tono de otra, usurpa el sentido”.
Profesor de la Upel
Fuente: ÚN
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