Salí temprano, muy temprano, en medio de la lluvia. Esas gotas frías eran como un somnífero por las constantes olas de calor, que últimamente nos agobia. Luego como un milagro salió el sol, burlándose de los pronósticos de Inameh. Ese día, como siempre dispuesta a confrontar la calle… esas situaciones que nos asedia continuamente. Estoy en guerra, pensé: en guerra conmigo misma, en guerra con mis demonios, en guerra por la impotencia... en guerra con la misma guerra. A resumidas cuentas estamos sumergidos, en una especie de resistencia urbana, donde los poderosos inconformes, se comen a pedazo la esperanza de los débiles.
En el camino, las enormes colas dibujaban como arco iris la ciudad. La gente peleando contra lo banal y lo cotidiano. Quizás impaciente, por esa mano que no termina de endurecerse, por ese revolcón que no se cristaliza, y por esas 3 R que no se cumplen.
Pudiera estar en paz, y dispararle un misil a mi conciencia. Y ver al mundo a través de los ojos de Lorenzo Mendoza, que por cierto también se siente en combate. SI, ese Lorenzo, (El don PAN), el mismo –claro- , que le otorgan dólares a 6,30, burlándose del pueblo, porque tiene un monopolio de productos de la llamada cesta básica. ¿Pudiera estar en guerra Lorenzo? Aquel su majestad, joven empresario, que el Rrégimen le ha dado la oportunidad de cuadruplicar su fortuna. Ese que recordamos al son de “si se puede”: la madre que amasa la arepa, al niño que juega beisbol y los cuentos de sus microempresarios. Pues bien, esto sólo pasa en un país donde un prófugo se entrega a una dictadura castrochavista en nombre de la libertad.
Es verdad, Lorenzo Mendoza, estamos en guerra, pero nuestra batalla es diferente.
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