viernes, 4 de septiembre de 2015

Guerra en Colombia, Frontera con Venezuela: una realidad que no soporta más encubrimientos

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Hace casi 10 años hubo un foro en la Universidad Bolivariana donde un profesor colombiano, Fernando Reyes, hizo una reflexión sobre el conflicto colombiano que nunca olvidé: “La insurgencia de la guerrilla en Colombia responde a la necesidad histórica de luchar contra una oligarquía que ha demostrado que no está dispuesta a entregar nada por las buenas.” En pocas palabras, este hermano colombiano definió la esencia de un conflicto armado que siempre ha sido una guerra, y que como tal ha traído las consecuencias que trae la guerra: terror y muerte, desplazados y refugiados, pérdidas materiales y deshumanización.

Luego de la decisión tomada por el Gobierno bolivariano de cerrar la frontera con Colombia en algunos municipios del Táchira y de declarar allí, por las razones que ya conocemos, el Estado de Excepción, una larga historia de abdicaciones, encubrimientos, irresponsabilidades, negligencias y silencios parece estar reflotando en los debates e intercambios que se desarrollan a todo nivel. Algunos han opinado que el Estado se había tardado mucho en tomar esa decisión, dada la escandalosa realidad que se había configurado en la frontera, una realidad cuyos tentáculos se fueron extendiendo por el país como un cáncer, hasta que la reciente noticia del horrible asesinato y posterior descuartizamiento de una venezolana, y la indiscutible relación de este crimen con prácticas paramilitares, conmocionaron a la sociedad para abrirle definitivamente los ojos, a pesar de que no era la primera persona que había corrido con tan dantesca suerte.

Seamos objetivos, los seis millones de colombianos que se vinieron a Venezuela a refugiarse, de un lado constituyen la prueba más contundente de la solidaridad y generosidad que históricamente ha demostrado Venezuela con nuestros hermanos colombianos; de otro, constituye la prueba, vista así, más elocuente y trágica aún, de la guerra que ha asolado al país hermano a lo largo de las últimas seis décadas. Dicho así, pareciera que repito lo mismo que ha dicho cantidad de analistas y articulistas. Sin embargo, lo novedoso aquí, sobre todo después de la victoria del Gobierno venezolano en la OEA, es que por primera vez parece estarse develando uno de los más nefastos encubrimientos históricos sobre una realidad frente a la cual Venezuela siempre fue permisiva en exceso, considerando que el conflicto armado ocurría en la antigua Nueva Granada, la hermana morocha de Venezuela, separadas hace un par de siglos por nuestras oligarquías locales, a despecho de las luchas de Miranda y Bolívar.

Por eso, y más aún porque en la era de la internet y las redes sociales, en la era de la expansión de la consciencia es mucho más difícil si no imposible, mantener encubrimientos históricos de hechos atroces como por ejemplo el asesinato masivo de  poblaciones enteras durante guerras y conquistas, resulta cínica en el mejor de los casos la afirmación del presidente de Colombia según la cual los problemas de la frontera colombo-venezolana son “hechos en Venezuela”. Insólito y cínico, porque según Santos y sus asesores la deportación de algunos cientos de colombianos ilegales ha generado una “crisis humanitaria”, pero no así los millones de desplazados, perseguidos y refugiados; pero no así las fosas comunes, los falsos positivos, el genocidio, el despojo de tierras a campesinos, los desalojos forzados y demás terribles consecuencias de una guerra producto de la intransigencia histórica de una oligarquía que, como dice el profesor Reyes, siendo una oligarquía “ilustrada”, es una de las más, si no la más sanguinaria del continente.

Antes de que se crearan las condiciones para el desarrollo del pensamiento crítico en el contexto de la democratización del libro, la lectura y el acceso a las tecnologías de la información que se dio en los últimos años de forma explosiva en Venezuela, se había vuelto creencia generalizada la idea de que procesos históricos como la Revolución industrial o la ilustración del siglo XVIII, habían surgido de forma espontánea como producto de las capacidades superiores de los habitantes del viejo continente. Pero como ya se ha estudiado, la emergencia y desarrollo de la modernidad capitalista en Europa tuvo como simultánea y oscura condición, la cual está por cierto lejos de ser solo una “leyenda negra”, la conquista, colonización y explotación salvaje del resto del mundo, particularmente de la América india antes española.

Esa tragedia fue la tragedia de la modernidad, cuyos postulados de progreso y desarrollo, libertad e igualdad, por mucho tiempo cubrieron su lado oscuro con sus inagotables artificios y sus relatos narcotizantes. Ahora, en el caso que nos ocupa, hablamos de la historia viva, del encubrimiento de un conflicto armado que ha producido la diáspora más grande del mundo, a lo largo de décadas de asesinatos políticos y una sistemática exclusión económica y social de parte importante de la población colombiana. Alguien podría decir, pero qué encubrimiento si todo el mundo sabe lo del “conflicto colombiano”. Y ahí está la clave, en el lenguaje excesivamente elegante que se ha usado para referirnos a la guerra genocida y absurda que ha asolado a nuestro hermano país durante décadas, pero sobre todo a la magnitud incomprendida de sus consecuencias, sobre todo para Venezuela.

Este encubrimiento fue expresado por nuestro embajador en la OEA, cuando este se refirió a los seis millones de colombianos que viven en Venezuela como los “invisibles” para el Gobierno colombiano. Y han sido invisibles porque hablar de ellos es dar cuenta tanto de la guerra fratricida en Colombia como de la magnanimidad histórica que ha demostrado Venezuela y que con Chávez se convirtió en un amor inmenso, propio de un líder político bolivariano consciente de que ese pueblo neogranadino y el venezolano fueron los que formaron al heroico Ejército Libertador que parió a Colombia la grande.

Y es en este punto, en el contexto del fin de este encubrimiento histórico, que conviene recordar que dos pueblos hermanos, dos países hermanos, lo son porque tienen en común a un mismo Padre, Simón Bolívar. Pero, si recordamos las reflexiones de J.M. Briceño Guerrero, habría que decir que Bolívar es el Padre, sí, pero de Colombia la Grande, no de lo que hoy conocemos como Colombia y Venezuela. Los padres de la desmembración todos sabemos quiénes son, lo cual también constituye una realidad histórica que conviene considerar para el análisis. Talvez sea esta diferenciación lo que hace más delicado el tema, dado que podemos y tenemos que ser igualadores, pero también conviene que seamos diferenciadores.

No por casualidad, el departamento fronterizo con Venezuela que más se beneficia del contrabando y en cuyo territorio se atenta contra la soberanía energética, económica y alimentaria de la nación lleva por nombre, Santander. Ironías de la historia.

De tal manera, una forma de acabar con este encubrimiento histórico es emprender una campaña que no solo se centre en desmentir lo que dicen los medios santanderistas, sino que se centre en decir y difundir la verdad, y no como moda o porque es el tema actual de la agenda. El pueblo venezolano debería ser experto en dos temas: en petróleo y en la “cuestión colombiana”.

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