No es raro que yo patee la lata por el centro de Caracas porque por allí consigo mi alpiste. Aunque no es usual que escudriñe sus lugares porque, casi todos, me espantan. Total que esta mañana –de hecho vengo llegando, después de calmarme un arranque de alteración– planifiqué darme una vuelta e’ canela (en bachata) por la zona de plaza Bolívar para hurgar las novedades.
El primer coñazo en Cacao Venezuela: el vasito de chocolate caliente amaneció a 40 bolivitas. Hace menos de un año (pongamos ocho meses) puse una cuita en la sección “Cartas al director” de Últimas Noticias porque lo habían incrementado a 15, en pleno arranque del saboteo económico. Entonces tenemos que en ocho meses se elevó de 8 a 40. Eso es un 500%. Ya no puedo seguir rumiando contra los portugueses de las panaderías, porque muchos son hasta buena gente al venderme el café a 35.
En la misma tienda Cacao Venezuela la bolsita de medio kilo de chocolate en polvo amaneció en módicos 80 bolívares y las mismas empleadas escandalizadas. Y todas las tortas de trigo que usted quiera, jamás una empanada de maíz (o de yuca). ¿Cachapas? ¡Dios santísimo!
La escena me llevó a otra del domingo pasado en las alturas del Warairarepano cortesía del teleférico: la tienda Cacao Venezuela despacha el vasito a 50 bolívares (más aguarapao, sin la espesura del centro de Caracas). La niña que lo expende lanzó una explicación de la que te arrechas o te ríes: “Estamos ensayando a ver si la gente se acostumbra, sino lo bajamos”.
Bistró restaurant: no es un buen lugar para bachaquear. El que quiera contrabandear este rubro, mejor que haga su cola en Miga’s. El café a 65 y una cerveza en 580. Desde luego que no debe ser Polar (el menú, leído a través del vidrio, no lo específica). Sería importada con los dólares del pueblo.
Este pretencioso Bistró trasladó mi amargura al restaurante que está en el Teatro Bolívar (al cruzar la calle): allí te sirven un churrasco miniatura cocinado sobre “roca volcánica”. Un efecto especial al que Hollywood todavía no ha accedido. ¿Y el precio? Helena Ibarra, en Palms del hotel Altamira, es una cocinerita de puerto marinero que cobra a lochas. Comamos con Sumito.
En planta baja, por si te apetece una película, vende una señora que tiene como 40 años en ese lugar con sus cotufas. Con ella ocurrió ese extraño síndrome: cuando eso era un rancho, sus cotufas se conseguían calienticas y al mejor precio del mercado, incluso una bolsa de papel más grande que la de los esquineros. Le pulieron el cuarto y le pusieron granito y magia: haga su cola, pague a precio cartelizado y haga el favor de hacer su colita.
En resumen, bien ejecutado que llevamos la idea de Luis Vicente León, quien, sofisma menos, sofisma más, dice que todo volvería a la completa normalidad si la Revolución Bolivariana asume que los alimentos deben tener precios internacionales.
¿Precios internacionales? Es decir, escoñetar el poder adquisitivo de la gente porque el antichavismo ha desenmascarado un poco sus ganas: la gente vota por el chavismo porque tiene real en los bolsillos y eso es trampa. Y por eso juegan a empobrecer al pueblo para que en ese estado, oh, entienda que debe votar por la contrarrevolución para que seamos, como dicen Cedice y Primero Justicia, un país de propietarios.
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